El equipo sin alma (III)

El equipo sin alma (III)

El cuarto partido de la eliminatoria certificó quién la había ganado en el tercero. Cuando el viernes 20 de abril, a la estela del capitán Zamora, saltaron al campo de Sarriá los Ciriaco, Quincoces, Pedro Regueiro, Bonet, Leoncito, Lazcano, Luis Regueiro, Samitier, Hilario y Eugenio, inmediatamente comprendieron que, a pesar de que el protocolo federativo les situaba de visitantes, jugaban como locales. El Madrid, después de años de hostilidad, se había ganado al público catalán superando con juego y coraje un marcador contrario y un arbitraje injusto.

Arbitrado por el catalán Castarlenas, el partido no tuvo color. “Se acabó el Athletic, –comenzaba su crónica telefónica el corresponsal deportivo de ABC- el magnífico conjunto, consumidos los restos de su energía en el partido del miércoles. Cinco temporadas gloriosas han venido a parar en esto: en el aniquilamiento total y absoluto ante el Madrid. El partido de esta tarde ha sido la liquidación de existencias bilbaínas. En vano los refuerzos de Urquizu, Petreñas y Uribe, acudiendo al S.O.S. de delegados y entrenadores en Barcelona, fueron incluidos en el equipo prescindiendo de los lesionados Castellanos, Pichi y Chirri. Eran remiendos que de poco habían de servir ante el vencedor moral del match anterior, que, pese al empate, era el vencedor técnica y físicamente.

Los de Bilbao se fueron al vestuario con dos goles en contra; en el minuto 32 Luis Regueiro, con un disparo que superando a Ispizúa golpea el poste y se introduce en la puerta, y en el 35 Hilario, que remató raso e imparable un pase de la muerte del extremo Lazcano , habían concretado el asedio a la puerta athlética. En la segunda parte el Madrid, lejos de reservar fuerzas para la semifinal a la que tan dignamente se estaba clasificando y cuyo primer partido debería jugar en 48 horas, aumentó la presión sobre la meta del Atlhetic. Convertido en un valladar, el defensa Cilaurren, fue el mejor jugador del Athletic.  Su labor, que el corresponsal ORS calificaría de heroica en ABC, no pudo impedir que, a cuatro minutos del final, el catalán Samitier subiera el tercer tanto al marcador, entrando decidido al remate del balón que Ispizúa, en una gran estirada, había despejado respondiendo a un formidable tiro cruzado de Lazcano. El cambio de hegemonía quedaba así refrendado por una goleada en campo neutral. “Tres ‘goals’ de diferencia reflejan válidamente este triunfo rotundo del Madrid” -concluye la crónica de ABC.

Inmediatamente después de terminar el encuentro, el Madrid, al que el calendario y los sorteos obligaban a jugar el domingo en un lugar tan distante como Sevilla, intentó que la Federación acordara un aplazamiento del primer partido de semifinales contra el Betis. No fue atendido.

Hoy, en días de Internet, low-cost de la aviación comercial y trenes de alta velocidad, debemos hacer un gran esfuerzo de imaginación para trasladarnos a los medios de transporte de los años treinta. De Barcelona a Madrid se tardan más de doce horas en el expreso nocturno que esa misma noche en la capital de Cataluña han tomado los jugadores del Madrid, después de tres durísimos partidos disputados en seis días, en Bilbao y Barcelona, contra el desde ahora segundo mejor equipo de España.

A la llegada a Mediodía, la mañana del lunes, los del Madrid desayunan en la cantina de la Estación, y directamente suben al rápido de Andalucía que en la noche del sábado les dejará en Sevilla, cuando llevan más de veinte horas encerrados en el tren, hace poco más de un día estaban en las duchas de Sarriá festejando el gran triunfo, y faltan menos de dieciocho horas para enfrentarse con el Betis.  “Es absolutamente inexactose ve precisado a desmentir ABC—  que a los jugadores del Madrid se les hayan ofrecido primas dobles, ni premios extraordinarios si vencían al equipo bilbaíno. Ha sido el triunfo un brillante resultado del entusiasmo y del amor propio de los jugadores del Madrid, que han puesto en las recientes luchas sus más fervorosos afanes. Conviene hacerlo constar así, porque ya se han lanzado especies, con la intención que es de suponer, acusando al equipo de la capital de haber sembrado a voleo el dinero entre sus jugadores. Y esto es falso: los jugadores han cobrado exactamente lo que tienen estipulado y que no es más que lo que hubieran ganado los futbolistas bilbaínos, en el caso de haber resultado victoriosos.”

A las cuatro de la tarde del domingo 22 de abril, el árbitro catalán Arribas dio el silbido inicial de un partido en el que, de creer a la prensa, nadie razonable daba un duro por el Madrid.

El primer tiempo se jugó con mucha intensidad. Tanta que el gran Jacinto Quincoces, que saltó al campo lesionado, hubo de ser atendido en la banda, sangrando abundantemente por la nariz –probablemente fracturada-, tras un encontronazo con el extremo derecho bético, Saro. Aún así, “los presuntos agotados –relataría Antonio OLMEDOse pasaron bien el balón, siempre excelentemente servido por la línea medular y principalmente por el centro, Bonet, de juego tosco pero práctico. Los avances del Madrid fueron más peligrosos que los béticos; en la mejor oportunidad del primer tiempo un gran disparo de Eugenio, con el que culminó una excelente internada, se fue al palo cuando el meta bético Urquiaga estaba ya batido. Pero, pese a esas mejores oportunidades blancas, los primeros cuarenta y cinco minutos  concluyeron sin que se moviera el marcador.

Después del descanso, los hombres de Paco Brú impusieron su táctica defensiva. El dominio bético era quizá agobiante, pero –repetimos- impuesto y por tal razón ineficaz”. Sin embargo, jugando al contraataque, apoyado en sus dos alas veloces, el Madrid superaría a los verdiblancos. Marcó el extremo Lazcano -que remató de cabeza el despeje del meta Urquiaga a tiro del interior Hilario- el primer tanto del Madrid, que ahora se aplicó con más ahínco a defender la ventaja”.

 

Un centro de Regueiro, paralelo a la línea de meta, fue desviado a puerta por el otro extremo, Eugenio, haciendo subir el segundo tanto al marcador cuando la segunda parte alcanzaba su mitad. Después,–finaliza OLMEDO su relato- puede suponerse: vigilancia redoblada del Madrid y final poco brillante por lo que a juego respecta, pero mucho por cuanto atañe a la inteligente actuación de los madridistas.

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En las patentes condiciones de inferioridad en que las circunstancias le habían impuesto disputarlo, el Madrid afrontó el partido como lo que verdaderamente era: Un gran equipo. “En el Madrid no deben hacerse menciones especiales, toda vez que sin excepción se aplicaron los jugadores en la producción de una victoria que parecía imposible” –concluyó el corresponsal Antonio OLMEDO.

Por fin, después de una semana heroica en la que habían disputado cuatro partidos durísimos en Bilbao, Barcelona y Sevilla, superando a base de entrega y talento todas las dificultades, a mediodía del lunes 23 de abril de 1934, el tren devolvió a casa a unos futbolistas extenuados y maltrechos. Al tiempo del convoy entrar en agujas una multitud excitada y ruidosa abarrotaba el espacio que, todavía hoy, define la imponente cubierta de cristal y hierro fundido concebida por Alberto de Palacio para la estación de Mediodía. La afición madridista estaba allí para agradecer a sus jugadores los sacrificios que tanto orgullo y alegría le habían procurado. Como los toreros después de las faenas más señaladas, al descender del tren nuestros futbolistas fueron sacados a hombros, vitoreados por las más de cinco mil gargantas de los madrileños que habían acudido a recibir “a los suyos”. Al final, la ciudad de Madrid se había encontrado con su equipo. Tenía, ahora, una bandera en la que reconocerse; un alma con la que identificarse. La leyenda del Madrid había comenzado.

(Continuará)

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